Comentario
Durante la primera mitad del siglo XIX la población latinoamericana atravesó un período de estancamiento, con un comportamiento bastante similar al de la economía. Sin embargo, en la segunda mitad se observa un crecimiento mucho más vigoroso y sostenido, que contrasta con las bajas tasas de crecimiento de los primeros cincuenta años del siglo. Esta tendencia al alza continuó a un ritmo algo menor en las primeras décadas del siglo XX. En efecto, la población latinoamericana se duplicó entre 1850 y 1900 (de 30 millones y medio a casi 6,2 millones), mientras que entre 1900 y 1930 el crecimiento fue superior al 68 por ciento (se superaron los 104 millones). El fuerte crecimiento está relacionado con el aumento en la demanda de mano de obra vinculada con la apertura económica y la exportación de productos agrícolas, ya que las exportaciones de productos minerales no requerían una elevada cantidad de trabajadores. Uno de los principales factores que impulsó este proceso fue la inmigración, que afectó especialmente a los países de la vertiente atlántica, como Argentina, Brasil, Cuba y Uruguay, o Chile en el Pacífico, que fueron los que recibieron un mayor flujo inmigratorio.
Si bien después de la independencia algunos europeos se trasladaron a América, su número no fue especialmente significativo. Este es el caso de las colonias de alemanes o suizos que encontramos en el sur del Brasil y en el de Chile, o en Venezuela y Perú, y también las de galeses en la Patagonia argentina. La inmigración masiva de europeos a América Latina comenzó en las décadas de 1870 y 1880. Los inmigrantes fueron atraídos por la posibilidad de encontrar trabajo y por las excepcionales condiciones económicas que se les ofrecían en comparación con las existentes en sus lugares de origen, comenzando por el nivel salarial, bastante elevado para los promedios europeos. Las condiciones eran de tal envergadura, que hasta podían competir con los Estados Unidos, que tenían una larga experiencia en materia de política inmigratoria.
Como señala Nicolás Sánchez-Albornoz, la zona templada de América del Sur fue la que experimentó el mayor crecimiento de todo el continente, siendo el caso de Argentina el más espectacular de todo el período. Otro caso particularmente notable fue el de Uruguay, que en la senda mitad del siglo XIX multiplicó por siete el número de sus habitantes. En estas fechas Brasil se convirtió en el país más poblado de América Latina, desplazando a México de su posición de predominio demográfico.
La inmigración neta a Argentina fue de cerca de 4 millones de europeos, 2 millones en Brasil y en torno a 600.000 en Cuba y en Uruguay. Si tenemos en cuenta que en 1930 la población uruguaya era mucho menor que la mitad de la de Cuba, se nota que el impacto demográfico de la inmigración fue mayor en el país rioplatense. En Chile se estima una inmigración de cerca de 200.000 personas. A Venezuela llegaron cerca de 300.000 europeos entre 1905 y 1930, pero sólo un 10 por ciento permaneció en el país. La inmigración a México fue bastante escasa, algo menos de 34.000 personas entre 1904 y 1924, aunque la gran inestabilidad causada por la Revolución Mexicana no favoreció la inmigración.
Las cifras anteriores hacen referencia a la inmigración neta, ya que el número de europeos llegados por aquellos años fue muy superior, pero no todos se quedaban. Algunos retornaban a sus lugares de origen, mientras otros decidían probar suerte en otro país. A Argentina, por ejemplo, llegó un buen número de trabajadores estacionales, conocidos con el nombre de inmigrantes golondrinas. Este hecho era propiciado por los elevados salarios que se pagaban en Argentina, los bajos precios del transporte marítimo y por el hecho de que el período de menor actividad en el calendario agrícola del Mediterráneo coincidía con el de mayor actividad en Argentina, lo que facilitaba los desplazamientos. De este modo, los trabajadores viajaban por una campaña agrícola, o por dos o tres años, y al finalizar su estancia volvían con unos pequeños ahorros, que a más de un emigrante le permitieron comprar tierras en sus regiones de origen. En Argentina, sólo se quedó el 34 por ciento de los inmigrantes arribados entre 1881 y 1930. En Brasil la cifra fue algo superior, el 46 por ciento de los llegados entre 1892 y 1930.
Los inmigrantes llegaron fundamentalmente de los países del sur y del este de Europa, variando su proporción de acuerdo con el país de recepción. Como ya se ha visto en capítulos anteriores, los italianos fueron mayoritarios entre los inmigrantes al Brasil. De los cerca de 4 millones de extranjeros que llegaron entre 1881 y 1930, los italianos fueron el 36 por ciento, desplazando del primer lugar a los portugueses, cuya importancia había sido mayor en las décadas que siguieron a la independencia. Por detrás venían los españoles. En los países rioplatenses, la inmigración italiana también fue mayoritaria, seguida aquí por la española. Otras minorías llegaron en proporciones variables: japoneses en Brasil, rusos (inmigrantes de Europa del Este) y turcos (sirios, libaneses y armenios) a Argentina. En Cuba, la presencia española fue mayoritaria. Los inmigrantes no se repartían en las mismas proporciones entre hombres y mujeres y el arquetipo de inmigrante era el de un hombre adulto y soltero.